El taller de teatro para adultos organizado por el Ayuntamiento representa la famosa obra de Federico García Lorca
La programación cultural de Miguel Esteban continúa siendo uno de los grandes atractivos en la comarca y, para este final del periodo estival, el taller de teatro del Ayuntamiento de Miguel Esteban representa la obra “Doña Rosita la soltera”. La obra de Federico García Lorca representa siempre una oportunidad de aprendizaje e introspección primero por su carácter de registro arqueológico para el público actual respecto a los usos y costumbres de la España en la que vivió dramaturgo y por el carácter de teatro de acción social que el autor puso en práctica; segundo porque sus obras apelan a lo más íntimo del alma humana, a los pequeños grandes dramas de la vida que tan bien sabía poner en escena.
El concejal de Cultura, Ludoteca y Asociaciones, Eugenio Caravaca, que estuvo presente en el ensayo general y estreno de la representación destaca “la destreza de Joaquín Jiménez para transformar cualquier rincón de Miguel Esteban, en el mejor escenario del mundo. Así como convertir a cualquier miguelete o migueleta, en el personaje más inesperado de una historia”. Elogió la valentía del director y los actores y participantes, que “empeñan su tiempo libre, para ofrecer lo mejor de cada uno de ellos”, matizó Caravaca.
El texto cuenta la historia de Rosita (María Patiño y Carmen Egido), una chica huérfana que vive en casa de sus tíos, en Granada, y que se ve obligada a separarse de su prometido (Miguel Ángel Torres) quien marcha a Argentina con su familia. Antes de irse, sin embargo, le promete a Rosita que tan pronto como pueda volverá para casarse con ella, siempre que esté dispuesta a esperarle. La chica espera, pero la situación se prolonga durante años, mientras el ambiente opresivo e indiscreto de la ciudad de provincias va cayendo sobre la familia como una losa cada vez más pesada.
De nuevo Lorca nos propone un itinerario por la desdicha de la mujer en una sociedad tradicional y conservadora como lo era la española en la época en la que vivió el autor. La acción transcurre en Granada, aunque se podría trasladar a cualquier otra ciudad del momento e incluso al pueblo de Miguel Esteban. Y reflexiona sobre la carencia de algo por parte de la mujer. Si en “La casa de Bernarda Alba” (1936) era el luto y la falta de libertad y en “Yerma” (1934) la incapacidad de dar a luz a un hijo, en “Doña Rosita la Soltera o el lenguaje de las flores” (1935) el autor recapacita sobre el drama de aquellas mujeres que al no encontrar esposo eran etiquetadas de solteronas por la sociedad, que las consideraba, en parte, algo inútil y sin sentido.
Lorca emplea el símbolo de la rosa “Mutabilis”, una flor cuyo estado va mudando a lo largo del día hasta que queda reducida a la nada, una alegoría a las etapas de la vida y a lo que pasará a Rosita, la protagonista de la obra, la cual, crédula en las promesas de regreso de su prometido de América, irá mutando a lo largo de los tres actos en que está estructurada la representación. En el primero joven e ilusionada gracias al amor que siente hacia su primo; en el segundo, en la mitad de la treintena, resignada y aún a la espera de su amado en un entorno familiar y social que la va oprimiendo cada vez más; en el tercero vencida ya por la cruda realidad y por las promesas incumplidas.
La puesta en escena de Joaquín Jiménez nos muestra el interior de la casa de una familia granadina de cierta posición, de la cual tan solo intuiremos el jardín exterior a través de las ventanas y de los diálogos. Los tonos de la escenografía son blancos azules, verdes, ocres y blancos como el candor de la virginidad, aunque irán variando a la par que lo hace el drama. Adoptará tonos de ilusa esperanza al inicio, matices más alegres durante la reunión social que se celebra en la casa en el segundo acto, o los tonos trágicos finales, al verse la familia obligada a abandonar la vivienda debido a la hipoteca que firmará el tío (Alfredo Torres), movido por las esperanzas de ver casada a su sobrina. Un espacio en el que la música hará acto de presencia, ya sea la interpretada por Ana Cristina Carreras (madre de las solteronas), como la elegida por el propio director, Joaquín Jiménez. Un sencillo y verdadero gozo para los oídos.
La obra avanza, por otra parte, en un ascenso sostenido, esto es, arranca desde la felicidad contenida propia de la juventud y finaliza con una atmósfera trágica que recuerda a la obra de Chejov, testigo teatral del final de una época y de una clase social en Rusia entre finales del siglo XIX y principios del XX.
El vestuario, que corre a cargo de “El Armario de Diana”, nos proporciona un universo de prendas atemporales, que podrían ser propias de cualquier década de los siglos XX y XXI.
El reparto de la obra es holgado y en él destacan los personajes femeninos, como no puede ser de otra forma en una obra de Lorca. Carmen Egido y María Patiño, dan vida a la desdichada Rosita, que irá envejeciendo física y emocionalmente a lo largo de la representación; la quintanareña Piedad Cruzado Medrano encarna de forma más que convincente, a la tía de Rosita, preocupada por el infortunado destino de su sobrina y el de toda la familia; Margarita Felipe ofrece el contrapeso cómico de la tragi-comedia al encarnar a la sirvienta, la cual ha trabajado desde hace tanto tiempo en la casa que se considera un miembro más de la familia. El resto de papeles están interpretados por Candela Martínez López, encarna tres personajes (Manola, Áyola y muchacho), con la soltura y destreza propias de ella. Ángel Casas Toledo, “aparca” por unas horas sus funciones de Concejal de Deportes, para hacernos reír con el personaje de “solterona”, y a su vez enternecernos con el de D. Martín. Magistral estuvo también José Miguel Torres, que interpreta al Señor X y a su vez, nos sorprende haciendo de “hermana solterona mayor”. No podemos olvidarnos de las acertadas “modelos” de “El Armario de Diana”, que recitaron a Lorca, acompañaron y acomodaron al grupo asistente, hasta sus improvisadas localidades.
Una ocasión para contemplar el arte poético con el que Lorca retrataba el mundo femenino y la capacidad del Nacional de hacer suyo un clásico, castellano en este caso, del que se apodera acto a acto, para mostrarnos la a veces trágica situación de la mujer en el pasado. Una mirada que nos convencerá, seguro, de lo mucho que han cambiado las cosas desde entonces, aunque el horizonte social en el que vivimos en la actualidad tampoco puede considerarse el mejor para las mujeres y los hombres que lo habitan. Y, por último, la oportunidad que nos permite disfrutar del entorno del renovado edificio del Ayuntamiento, que nos sumerge a través de sus desvencijados muros, terrazas y ventanales, en la Granada de principios de siglo, con vistas a una Alhambra, en esta ocasión es representada por nuestro edificio más antiguo, la iglesia Parroquial de San Andrés Apóstol, destacando en la serenidad de la noche.